26 de Diciembre 2013

La elección de los vinos en la mesa y su liturgia

Primera Parte

Hay situaciones, momentos y elecciones relativos a determinados actos, ordinarios y/o repetitivos en nuestra vida cotidiana, que se dan por sabidos y que, quizá por ello, con demasiada frecuencia obviamos y no prestamos la atención que los mismos merecen. Uno de ellos trae causa directa de la combinación de la comida y el vino.
En algunas ocasiones servir vino en nuestra mesa es un ritual muy estricto y ortodoxo: vino blanco para los pescados, vino tinto para carnes, vino seco antes que uno dulce, vino joven antes que uno viejo, champagne para el caviar, la ensalada no se acompaña con vino, etcétera. En este campo, las reglas del saber beber y del saber comer se transmiten de generación en generación sin apenas críticas sobre las formas de hacer.
Sin embargo, desde que se utilizan depósitos de acero inoxidable y otros sistemas para controlar la temperatura, y se sirve de enzimas de fermentación, levaduras y otros aditivos para mejorar el proceso de elaboración, ya no son los fermentos de la naturaleza exclusivamente los que deciden sobre el alcohol, la acidez, el tanino y los aromas del vino. Lo cierto es que el sabor del vino en gran medida ha llegado a ser manipulado para adaptarlo a los tiempos y, en gran parte también, a las modas.
El vino actual es, por su variedad de aromas, texturas, variedades de uva, etcétera, muy complejo para ser descrito de una manera simple. No sólo existen centenares y centenares de variedades de uvas que son utilizadas en las combinaciones y mezclas más diversas, sino que además cada uno de los vinos hoy artesanalmente elaborados llevan el carácter de su tierra, de su clima o microclima, de su tipicidad e incluso del sello o marchamo de su propio viticultor.
Por todo ello, la adecuada elección de un vino debe ser algo concreto y específico de cada ocasión, sin que quepa, como en otros órdenes de la vida, generalizar sin más. Tenemos, pues, que considerar diversos aspectos antes de elegir adecuadamente un vino.
El primer motivo será la razón o el motivo del encuentro o la fiesta a celebrar; se trata de una cena de aficionados y amantes del vino o de una comida campera o una barbacoa al aire libre en plena canícula. Mal empezaremos si nuestra primera consideración no parte de una correcta elección del vino para la ocasión, de forma que será un gran acierto no elegir un gran tinto de Rioja, Ribera del Duero o Borgoña, por ejemplo, para una comida campestre o una barbacoa casera. En este caso, la elección idónea será la de un vino tinto joven y de fresca acidez que irá perfectamente con esas carnes, salchichas, panceta…..
Generalmente, debemos conocer algo a nuestros invitados y no exigir en exceso respecto a sus gustos culinarios y sobre el vino. Se trata, como tantas veces se ha repetido, de disfrutar de la compañía,  las viandas y los vinos, sin más pretensiones y no de impresionar a propios y ajenos. Por lo tanto, una máxima o regla general, después de conocer el lugar del encuentro o la celebración, y de no contar a la mesa con amantes del vino, será la de elegir, dependiendo de la comida, un vino claro, ligero, vivo y fresco, blanco o rosado o, en su caso, un vino tinto joven, ligero, sin gran concentración de color, afrutado y con buena acidez. Será un acierto.    

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