12 de Septiembre 2013

El Fondillón: reliquia de la viticultura española

Segunda parte


Origen y semblanza histórica

El término Fondillón proviene, muy posiblemente, del poso madre o lías que se formaban en el fondo de los fudres -recipiente muy grande para contener vinos- de la población alicantina de Monovar, sirviendo para dotar de las propiedades adecuadas a los futuros vinos que en ellos se depositaban. Se trataba de un sistema similar al de las soleras y criaderas, como en los vinos generosos, pero formado por un único recipiente.
Otras crónicas sobre su origen hacen referencia a que, debido a la larga crianza de estos vinos rancios, los fudres se arrumbaban y arrinconaban en el fondo de la bodega, pasando a denominarse coloquialmente como vino de fondillón.
De los primeros vestigios de la actividad vitivinícola de Alicante hemos de remontarnos a fenicios, íberos y cartagineses. Sin embargo, son los romanos -grandes amantes del vino- los verdaderos creadores y responsables de las prácticas de la viticultura tal y como hoy la conocemos, extendiendo los cultivos y haciendo llegar el vino a todos los rincones del imperio -especialmente en la península ibérica-, efectuando labores de fermentación y transportándolo en ánforas de barro.
Tras la dominación romana, y después del período visigodo, las primeras noticias sobre el Fondillón -entonces y hasta no hace tantos años vino de Alicante- datan de la ocupación musulmana y, aún cuando existían y existen estrictas prohibiciones con respecto al consumo de alcohol- el cumplimiento de muchos de estos preceptos coránicos fue bastante laxo y los habitantes disfrutaron de bastantes exenciones concedidas por los diversos Califatos.
Factores clave como el régimen especial de arrendamiento de tierras, la austeridad de los campesinos y la paciencia fueron los que, en gran medida, propiciaron el nacimiento del Fondillón. Así, la tradición de cesión de tierras, al amparo de la figura jurídica del derecho real de la enfiteusis, consistente en que mientras quedaran vides en producción de las que en su día se plantaron, la explotación de los terrenos continuaba siendo un derecho del arrendatario, hizo que con el transcurso de los años las plantas se fueron agotando y extinguiéndose. Aunque las viñas se encontraban diezmadas, el viticultor, debido a su condición austera, seguía cultivando y recolectando con la finalidad de no dejar perder sus derechos.
La recogida de estas cosechas, mermadas y perjudicadas, y cuyas pocas uvas ya casi pasas no se habían recogido en la vendimia,  se recogían por los propios arrendatarios y su familia algo más tarde. Las estrujaban en el lagar y el mosto denso que salía se ponía a fermentar en los toneles más viejos de las bodegas. La fermentación natural era muy lenta y la transformación del mosto en vino se retrasaba tanto que, a menudo, no podría apreciarse hasta la primavera siguiente. Ese vino provisto de una elevada graduación alcohólica, se guardaba durante décadas en aquéllos viejos y enormes fudres de Monovar y el resultado final era el Fondillón.