20 de Marzo 2008

Crónica visita Yacimiento de Celestina. Ulea. Murcia.

Bajo un cielo gris plomizo llegamos, a las 8.30, hora de nuestro encuentro, a la venta junto al apeadero de Ulea donde nos encontramos con nuestros amigos. Después de intercambiar saludos, efectuar algunas presentaciones y tomar café, salimos disparados por un carril asfaltado cruzando una rambla en la que, debido a su mínima profundidad, puede atravesarla cualquier vehículo, para dirigirnos al yacimiento a cielo abierto que se encuentra junto al denominado Barranco del Mulo.
El yacimiento de celestina está situado al noroeste de la capital murciana, en un extremo del Valle del Ricote cruzando la autovía de Murcia. La celestina aparece en gran cantidad en toda la zona alcanzando su mayor concentración en un cerro formado por arenisca próximo a una rambla. En un principio, nos dispersamos por los distintos sectores del yacimiento, deambulando aquí y allá y recogiendo muestras durante buen rato para familiarizarnos con el entorno. Sin embargo, algunos no parecían dispuestos a hacer muchas concesiones, y sin ningún preámbulo accedieron a la parte superior del cerro por una empinada vereda que en algunos de sus niveles parecía un queso gruyere lleno de agujeros.
Una vez todos arriba cerro pudimos ver un conjunto de oquedades y cuevas donde con martillo, cincel y un poco de esfuerzo, aderezado con paciencia y cierta destreza, extrajimos piezas de pequeño tamaño pero de muy buena factura que entusiasmaban a noveles y veteranos por igual.
En la parte inferior del yacimiento, junto a una rambla muy poblada de carrizos, pudimos recoger numerosos cristales de buen tamaño que están recubiertos por yeso en su mayoría y que no presentan gran calidad cristalográfica. La celestina es un mineral relativamente común en la Región de Murcia, encontrándose fácilmente en esta zona de yesos del Triásico de Ulea y también de Molina del Segura, siendo muy apreciada por los coleccionistas. Su nombre deriva del color celeste que tenían los primeros ejemplares descritos (del latín “caelestis”).
El cielo seguía estando intensamente plomizo y dejo caer algunas gotas de lluvia que en nada perturbaron el entusiasmo colectivo porque el trabajo en algunas cavidades continuaba dando frutos con algunos cristales finos y brillantes, otrora tabulares o en agregados paralelos. Los cuerpos comenzaban a acusar cierto cansancio por la posición y el esfuerzo que estábamos haciendo especialmente para trabajar en algunas de las cuevas en las que casi parecía, como en alguna fotografía mostrada, estar literalmente colgado picando.
A la voz de recogida, casi “manu militari”, comenzamos a envolver muestras y guardar herramientas y archiperres. Los trasladamos algunas centenas de metros a los vehículos y después de colocar y ubicar enseres y personas llegaba la hora de reconstituir los fatigados cuerpos en la misma venta que seis horas antes nos había visto expectantes, y ahora reconfortados y alborozados por la jornada vivida. Una vez satisfechos nuestros cuerpos con
los platos de la huerta y del interior que nos prepararon los venteros, nos congratulamos por la experiencia vivida y los bellos cristales conseguidos. Para algunos esto era el inicio de algo y con alguien que no sabíamos por los caminos inescrutables por dónde nos llevaría. Como dice ese viejo aforismo jurídico “Perículum eius ese debet cuius cómmodum est” (debe correr el riesgo el que percibe la utilidad).